Para todas aquellas mujeres que desearon profundamente tener un hijo. Para aquellas que decidieron parar los tratamientos de reproducción asistida. Para las que eligen no ser madres. Y también para aquellas que son diferentes y deciden ser auténticas
No es lo mismo elegir no tener hijos porque uno así lo desea, que no poder tenerlos. Es difícil pensar la vida sin ello con lo que tanto se soñó, esas personas pequeñas imaginarias diciendo mamá. Me refiero a verse las manos vacías de bebés, el silencio sin llanto de bebés, sin juegos, sin esas voces agudas nombrándonos. Cuando esos sueños mueren, el dolor es tan profundo que sale de las propias entrañas, es infinito. Es uno de los duelos más difíciles que una mujer que quiere ser madre puede transitar. Lloran los pechos, lloran las vaginas, los úteros, las almas. Llora el universo entero.
Desde pequeñas nos dan muñecas para jugar a ser mamás, cuidamos a esos muñecos como sentimos cuidaremos a nuestros futuros hijos y muchas veces al modelo de cómo nos han cuidado. Nunca imaginamos que quizás no seamos madres, como mamá.
Cuando una mujer no puede tener un hijo los demás, los otros, sienten pena. Esa pena odiosa que tanta bronca da a las mujeres infértiles, hasta el advenimiento del dolor en soledad. Solo una mujer que lo deseo desde lo más profundo de su ser puede comprenderlo. Los otros pueden imaginarlo. Y el cuerpo sufre no haber desarrollado esa potencialidad.
Esto a su vez también conlleva cierto exilio social por no cumplir las expectativas. Algunas son calificadas de solteronas, otras de la pobre que no pudo, la jodida profesional que se dedicó a su carrera y se acordó tarde, etc, etc, etc. Cuando no se encaja en ninguna categoría social, no es calificable, para muchos representa una amenaza, que cuestiona su propio estilo de vida y elecciones.
Entonces el sufrimiento para la mujer es doble, el no poder realizar un anhelo personal y el que genera la sociedad que no da chance a elegir otra cosa que no sea lo esperado (esta amenaza a la idea de lo que es “normal”). Las luchas internas de cada una por encajar en los cánones sociales pueden ser interminables.
A veces aparece la confusión de cuánto lo deseo yo en realidad y cuánto es la presión social, la biología, las hormonas, la crianza. Es decir, ¿cuánto de este deseo de ser madre es realmente propio, sin condicionamientos de ningún tipo? …
En algún momento algunas mujeres aceptan ser diferentes (no rara, mala, fría, enferma, loca) porque se decide parar de buscar o no tener hijos. Allí, en ese momento, nace una nueva mujer, que puede vivir otra forma de ser en el mundo, tan importante como otras esperadas por la sociedad donde estamos inmersas.
Estas son mujeres valientes, que enfrentan el dolor hacía es una decisión auténtica. Se puede ser madre de muchas maneras, con óvulos propios, con óvulos de donantes, esperma de donante… madres solteras por elección, adopción. En realidad me refiero a aquellas que terminan decidiendo ser mujer sin ser madre, de hijos de carne y hueso. Ya que se puede tener hijos simbólicos.
El permiso de ser diferentes se lo da la persona misma, no los demás o la sociedad. Este permiso debe ser otorgado desde lo más profundo de cada una, sin buscar la aprobación de nadie. Esto libera y amplía las posibilidades de encontrar un camino único donde la vida no es más ni menos que una aventura.
No está escrito en ningún lado que debamos tener una pareja, casarnos, tener hijos, estudiar tal o cual cosa, etc. Se puede inventar y recrear etapas en la vida. Sólo se debe ver cómo jugar las cartas que nos tocaron. Quizás no nos tocaron las que pensamos, las “mejores cartas”, pero son las que tenemos y vamos a jugar. Arriesgar, perder, ganar, todo es parte del juego de la vida. Lo importante es ir avanzando y crearla a nuestra medida. No compremos modelos hechos por otros. Lo primordial es ser auténticamente nosotras mismas.